miércoles, 21 de enero de 2009

De la escritura

Pablo me regaló un frasquito. Cuando lo ví, no sabía de qué se trataba. Es un frasquito de unos 20 centimetros de alto por unos 20 de circunferencia. Tiene una etiqueta que dice: "Frases para el alma". Lo abro, y dentro hay muchos papelitos con estas frases para el alma. La primera decía: "El amor es sabiduría en los locos y locura en los sabios". La segunda decía: "La felicidad no es perfecta, hasta que se comparte". Y así, seguí abriendo papelitos con estas frases para el alma.

Después de casi 24 años de vida, nunca me puse a pensar en el objetivo de la invención de la escritura. Me refiero a que, desde chico me enseñaron a leer, y a comprender lo que leo. Pero nunca pensé en el sentido de la ivención. Y pensé: "me parece que el objetivo de la escritura es de hacernos acordar de que sentimos".

Pensé en las frases para el alma y en el bienestar que me producen leerlas. Y es posible que estas frases las haya leído en algún momento en un grafitti, en un papelito del "Dos Corazones", en alguna tarjeta para regalar en los cumpleaños, en un libro de antologías, en alguna cita de otro libro no importa el género, en alguna película, o en otro lugar. Pero leerlas enfrente de la persona que me la regaló tiene otro sentido.

Y entonces reafirmé mi idea: estamos rodeados de símbolos y letras, sólo para hacernos acordar de que eso ya lo sabíamos, o de que deberíamos saber de algo nuevo. Pero más que nada: para hacernos acordar de que somos seres sensibles.

Salí a la calle y vi carteles, muchos carteles que decían: "maneje con cuidado" (porque podés romperte en mil pedazos); "cuidado con el perro" (que también te puede romper en mil pedazos); "recuperá tu juventud" (no sé en que lugar se pierde la juventud); "se alquila o vende" (eso que jamás podrás comprar)". Pero no leo frases como las del frasquito. Frases como: "Uno no está donde el cuerpo, sino donde más lo extrañan", o "El amor no posee nada o no permite ser poseído, porque el amor se conforma con el amor mismo".

La puta madre Pablo, regalame más frasquitos. Necesito de la escritura para saber que puedo dar amor. En la calle no me escriben cosas sobre el amor. ¿Qué haría sin las frases para el alma?
Los escritores, en sus prólogos deberían anunciar: "Acuérdese Sr. que este libro habla sobre el amor, eso que usted puede dar y puede recibir. Acuérdese de que esto que escribo es para hacerle recordar de lo que ya había olvidado".

domingo, 18 de enero de 2009

Sobre la soberanía

Intento pensar por qué me gusta viajar en tren. A diferencia de muchos, que dicen que es desgastante y pésimo el viaje, yo lo disfruto. Salgo de mi casa, camino tres cuadras, y ahí viene el invento de más de 100 años, sobre rieles, tocando bocina y con una luz amarilla intensa. Pago mi boleto de (0.80 ctvs inflacionados) y me siento en un asiento que de a la ventana. Y eso es lo más importante a la hora de sentarse en un tren: la ventana.

Es increíble cómo un mundo se divide en dos. Por un lado: el mundo normal, el que está dentro del tren, con sus pasajeros yendo al trabajo, a pasear o quizá (y quién dice) sólo a sentarse en el tren. Por el otro, el mundo rápido, el que creo con mis ojos, el que se desplaza a 70 km por hora por las veredas y calles.

Mirar las cosas desde el tren, hace que todo sea diferente. El mundo de afuera se arrodilla en los pasos a nivel al mundo de adentro. Somos reyes sentados en nuestro trono. Y ellos deben esperar a que hayamos desaparecido para poder levantarse y seguir en su mundo a velocidad.

Mientras tanto, nosotros caminamos a 70 km por hora, pero lo hacemos sentados, o leyendo, o hablando, o mirando al mundo de afuera que también se sienta, lee o habla, pero increíblemente a velocidad más extrema que la del nuestro tren. O la misma. No entiendo lo que propone Einstein.

Creo que la gente que dice que los porteños viven a full y acelerados todo el día, fueron personas que viajaban en tren y veían todas las actividades. Qué increíble. Coincido totalmente. El mundo de afuera parece a un conjunto de plebeyos que trabajan rápidamente y que cuando nosotros (los superiores) pasamos por delante de ellos, deben frenar, deben venerar. Y quien se atreviere a pasar por arriba de nosotros, el castigo es directo. Y doloroso.

El tren es el poder. Y nunca me había dado cuenta. ¿Es esta la era tecnológica en la cual lás máquinas dominan a los hombres? Los que vamos en el tren somos los poderosos de la tierra. Los que están fuera, los sublevados.

El poder sólo cuesta 0.80 centavos y muchos gastan miles de millones más de ese importe para subirse a la cumbre.