sábado, 31 de octubre de 2009

Sobre ser más humano

Querer ser más humano, más persona, más honesto, no es posible. Es como cuando querés hacer zapping y que cinco canales seguidos estén pasando algo que quieras ver. O cuando querés quedar primero de todos los autos frente al semáforo en cinco avenidas importantes de Buenos Aires el mismo día. O cuando no querés quedar como yeta con tu compañero del truco, después de varias malas manos.

Querer ser más humano, es decir, más sincero y comprensible, no es posible. Es como cuando pretendés acordarte de todo un documental para después ser erudito del tema frente a tus colegas. O cuando invitás a todos los del equipo de tu trabajo a comer y siempre vienen menos de la mitad. O cuando querés que una foto salga borrosa y sale perfecta, y cuando una foto que querés perfecta, sale borrosa.

Querer ser más humano, más bueno, el ejemplo de persona, no es posible. Es como cuando te sale el mejor puré de tu vida cuando estás solo pero cuando viene tu invitado de honor te sale espeso o aguado. Es como cuando te falta un soquete a la vuelta del lavadero y no tenés el valor de ir a reclamarlo. O cuando puteás al que casi te atropella, pero salís corriendo si baja la marcha del auto.

Querer ser más humano, más sencillo y desinteresado, no es posible. Es algo parecido a cuando te ponés en pedo y terminás llorando, o como si fueras una persiana de una ventana, que falla y cae lentamente. Es cuando te comprás una remera con onda y no te animás a usarla, o cuando mandás un segundo mensaje, preguntando si el primero había llegado.

Querer ser más humano, es querer cometer menos errores, interesarse primero en uno, para luego interesarse en el otro. Y es lógico. Si todos decimos que tenemos que ser mejores personas para poder compartir la vida con otra. Entonces ser más humano es ser más egoísta. Pensar en uno, para poder pensar en el otro. Ocuparse en mentir más en el truco. Ocuparse en llegar primero al semáforo, que llegar al cumpleaños de tu mejor amigo. Practicar más veces el puré y comértelo solo, antes de compartirlo con alguien más.

Ser más humano, es a la vez, no serlo. Cambiar uno por dentro, y después salir a cambiar el soquete al laverrap y a invitar a comer de nuevo a tu equipo de trabajo. Putearlo al del auto que casi te atropella, pero riéndote en su cara. No. Eso mejor no. Aunque podés sonreir de vez en cuando, sobre todo cuando terminás de putear. O cuando estás por arrancar a putear, para ver si la sonrisa te saca las ganas de putear.

martes, 21 de julio de 2009

Sobre la OBJETOvidad

Los objetos pueden ser callados, pero hablan con las formas y los colores, y sus ruidos y no ruidos. Los objetos son observadores, realistas, pensadores, móviles e inmóviles, los objetos son. Y al ser, son algo.

Y allí están, siendo algo, mirando a diferentes puntos, estancados con la mirada hacia el horizonte, hacia el suelo, hacia el techo, hacia la ventana, o a un dormitorio, dentro de un alacena, colgado sobre una soga, o esperando su declive al piso.

Están ahí, precisamente, esperando. Esperando a ser utilizados o no, maldecidos o agradecidos. Enchufados, prendidos, señalando con luces su funcionalidad. Muriendo o naciendo, fundiéndose, ahogándose, partiéndose, allí están.

Sentir o no, pensarlo o no, creérselo o no, hay veces que soy objeto. Observador, realista, pensador, móvil e inmóvil. Pero claro, los objetos a veces son útiles o inútiles, pero nunca creadores propios de sus perfiles, de su estima. Los objetos son, por lo que afuera dicen que son.

Los objetos son nombrados, manoseados, renombrados, manoseados nuevamente, pintados, arreglados, estallados y hasta regalados, pero por dentro siguen siendo eso, objetos, esencialmente objetos, tal cual al objeto que pueda estar de lado de ese objeto. Iguales, pero únicos. Parecidos, pero distintos. Casi pegados, pero separados.

No quiero que-

miércoles, 21 de enero de 2009

De la escritura

Pablo me regaló un frasquito. Cuando lo ví, no sabía de qué se trataba. Es un frasquito de unos 20 centimetros de alto por unos 20 de circunferencia. Tiene una etiqueta que dice: "Frases para el alma". Lo abro, y dentro hay muchos papelitos con estas frases para el alma. La primera decía: "El amor es sabiduría en los locos y locura en los sabios". La segunda decía: "La felicidad no es perfecta, hasta que se comparte". Y así, seguí abriendo papelitos con estas frases para el alma.

Después de casi 24 años de vida, nunca me puse a pensar en el objetivo de la invención de la escritura. Me refiero a que, desde chico me enseñaron a leer, y a comprender lo que leo. Pero nunca pensé en el sentido de la ivención. Y pensé: "me parece que el objetivo de la escritura es de hacernos acordar de que sentimos".

Pensé en las frases para el alma y en el bienestar que me producen leerlas. Y es posible que estas frases las haya leído en algún momento en un grafitti, en un papelito del "Dos Corazones", en alguna tarjeta para regalar en los cumpleaños, en un libro de antologías, en alguna cita de otro libro no importa el género, en alguna película, o en otro lugar. Pero leerlas enfrente de la persona que me la regaló tiene otro sentido.

Y entonces reafirmé mi idea: estamos rodeados de símbolos y letras, sólo para hacernos acordar de que eso ya lo sabíamos, o de que deberíamos saber de algo nuevo. Pero más que nada: para hacernos acordar de que somos seres sensibles.

Salí a la calle y vi carteles, muchos carteles que decían: "maneje con cuidado" (porque podés romperte en mil pedazos); "cuidado con el perro" (que también te puede romper en mil pedazos); "recuperá tu juventud" (no sé en que lugar se pierde la juventud); "se alquila o vende" (eso que jamás podrás comprar)". Pero no leo frases como las del frasquito. Frases como: "Uno no está donde el cuerpo, sino donde más lo extrañan", o "El amor no posee nada o no permite ser poseído, porque el amor se conforma con el amor mismo".

La puta madre Pablo, regalame más frasquitos. Necesito de la escritura para saber que puedo dar amor. En la calle no me escriben cosas sobre el amor. ¿Qué haría sin las frases para el alma?
Los escritores, en sus prólogos deberían anunciar: "Acuérdese Sr. que este libro habla sobre el amor, eso que usted puede dar y puede recibir. Acuérdese de que esto que escribo es para hacerle recordar de lo que ya había olvidado".

domingo, 18 de enero de 2009

Sobre la soberanía

Intento pensar por qué me gusta viajar en tren. A diferencia de muchos, que dicen que es desgastante y pésimo el viaje, yo lo disfruto. Salgo de mi casa, camino tres cuadras, y ahí viene el invento de más de 100 años, sobre rieles, tocando bocina y con una luz amarilla intensa. Pago mi boleto de (0.80 ctvs inflacionados) y me siento en un asiento que de a la ventana. Y eso es lo más importante a la hora de sentarse en un tren: la ventana.

Es increíble cómo un mundo se divide en dos. Por un lado: el mundo normal, el que está dentro del tren, con sus pasajeros yendo al trabajo, a pasear o quizá (y quién dice) sólo a sentarse en el tren. Por el otro, el mundo rápido, el que creo con mis ojos, el que se desplaza a 70 km por hora por las veredas y calles.

Mirar las cosas desde el tren, hace que todo sea diferente. El mundo de afuera se arrodilla en los pasos a nivel al mundo de adentro. Somos reyes sentados en nuestro trono. Y ellos deben esperar a que hayamos desaparecido para poder levantarse y seguir en su mundo a velocidad.

Mientras tanto, nosotros caminamos a 70 km por hora, pero lo hacemos sentados, o leyendo, o hablando, o mirando al mundo de afuera que también se sienta, lee o habla, pero increíblemente a velocidad más extrema que la del nuestro tren. O la misma. No entiendo lo que propone Einstein.

Creo que la gente que dice que los porteños viven a full y acelerados todo el día, fueron personas que viajaban en tren y veían todas las actividades. Qué increíble. Coincido totalmente. El mundo de afuera parece a un conjunto de plebeyos que trabajan rápidamente y que cuando nosotros (los superiores) pasamos por delante de ellos, deben frenar, deben venerar. Y quien se atreviere a pasar por arriba de nosotros, el castigo es directo. Y doloroso.

El tren es el poder. Y nunca me había dado cuenta. ¿Es esta la era tecnológica en la cual lás máquinas dominan a los hombres? Los que vamos en el tren somos los poderosos de la tierra. Los que están fuera, los sublevados.

El poder sólo cuesta 0.80 centavos y muchos gastan miles de millones más de ese importe para subirse a la cumbre.

domingo, 21 de diciembre de 2008

De la subjetividad falsa

Che... no, nada. Recién venía en el auto por la ciudad que me vió crecer y me di cuenta que en esta pequeña ciudad hay muchas farmacias. Entonces pensé si este pueblo-ciudad podría estar enfermo.
Después pensé en las grandes urbes, y pensé si había tantas calles como problemas o si en los barrios con calles angostas había problemas más chicos que en las avenidas anchas. Sí: sigo con la cuestón de los problemas y los derivados y los etcétera.
Porque si una construcción de hormigón, madera o lo que sea, es hecha por un hombre, entonces las ciudades o pueblos, o estancias, son grandes subjetividades materiales.
Y me puse a pensar, si además de eso, las personas se mudan de un lugar a otro por estas construcciones subjetivas; que a su vez reflejan la subjetividad de la persona que se muda porque se siente identificada y/o reflejada con estas construcciones.
Entonces me dije: hay gente que prefiere problemas más grandes y por eso se muda en las avenidas congestionadas, y gente que prefiere evitar el más mínimo problema y se muda lo más lejos de las avenidas anchas.
También pensé en la gente que prefiere los espacios amplios o los monoambientes apretados entre vigas. Entonces dije: "hay gente que se conforma con poco. O hay gente que no quiere superarse".
Pero después quise volver al tema de las farmacias y también me di cuenta que en esta ciudad-pueblo hay muchas heladerías. Y sí: no hay nada que refresque a este pueblo-ciudad sin río, lagos, o mar. Por eso pensé que la ciudad escapaba a la subjetividad del hombre porque era determinada por su naturaleza.


Y después me acosté a dormir de nuevo y me levanté y me dije: "La subjetividad nunca puede ser un lujo para personas como yo. Es obvio que voy a sentirme siempre condicionado por las subjetividades más grandes y hagan que tenga que vivir en un monoambiente, esté desempleado y que tenga que cruzar las avenidas grandes y pequeñas, siempre a pie".

viernes, 19 de diciembre de 2008

De culpas.

La otra vez pensé que necesitaba hacer terapia, o al menos de alguien que pudiera ayudarme a pensar, más que a decidir. Porque decidir o hacer, es lo mismo que hacerlo por mi propia cuenta, y es eso de lo que no me animo, entonces creo que menos me animaría si soy presionado por alguien, a quien además le tendría que pagar un honorario por mes, lo que complicaría más a mi ajustado presupuesto.Pensé en hacer terapia porque es moda ir a un terapeuta. Porque decir "'mi' terapeuta me ayudó en todo" (aunque entre risas, "obvio que no en el 100%") era algo que tendría que decir.

Cuando tengo problemas, ser parte de un modismo, me ayuda a notarlo menos. Porque la gente no tiene problemas, a no ser que sean pequeños. Los grandes problemas no existen porque la gente es exitosa. Y generalmente estos problemas por los que acuden a los psicólogos, son por manifestaciones hasta corporales de seguro "algún trauma infantil manifestado 20 años después. Nada que ver con un problema acutal".

Entonces me sentí culpable por querer ir a un terapeuta, porque no me sentí con autoestima alta. Y claro, cuando me di cuenta de mi autoestima, lo relacioné también al físico. Y entonces me empecé a sentir feo. Y me dije: necesito ir al gimnasio. Y pensé que muchos van al gimnnasio y que era un modismo y que los modismos ayudan a notar menos los problemas. Y pensé: la gente no tiene grandes problemas (sólo los esconden) y pensé: si voy a ir al gimnasio sólo porque tengo panza, entonces sería como tener sólamente problemas pequeños. Y después me sentí culpable porque ir al gimnasio sólo por una panza era hacerme demasiado problema.

Es por eso que después pensé en si tenía problemas o no. Y comparé. Después miré algunas películas con protagonistas que tenían más problemas que yo e intenté pensar que todas las películas venían de historias verdaderas para sentirme más relajado.Después apagué el televisor.Y me dormí.

Y hoy me despierto y agradezco a los guionistas y a los programadores de cine por cable.